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Cuando tu hijo decide dejar de creer en Santa

Actualizado: 20 feb

Esta es la primera vez de diez navidades consecutivas que mi hija mayor deja de "creer en Santa".

Decidí decirle la verdad al no poder evitar sus preguntas y su curiosidad persistente durante tres meses. Debido a nuestra relación profunda y mi deseo de ser yo quien le dijera la verdad, decidí comunicarme con ella en un espacio donde pudiéramos hablar sin interrupciones. La llevé a una cafetería bastante tranquila y pudimos charlar.

Al recibir la noticia, ella se sintió aliviada. Parece que contárselo le permitió normalizar esos sentimientos de duda y desconfianza que había experimentado desde hacía tiempo. Esto le provocó una ráfaga de dopamina. Todavía recuerdo su rostro lleno de satisfacción.


Mi hija se mostraba incrédula y sorprendida ante lo lejos que llegaban los padres para ocultar la verdadera identidad de Santa Claus. Continuamos una conversación extensa, junto con un sentido de cercanía más profundo, en donde ambas ahora sabemos que sabemos.

Fue la primera vez que vi una evidencia de ella reflexionando consigo misma, principalmente sobre cómo había vivido su última Navidad. Con el paso de par de semanas, le dimos la vuelta a la página. La Navidad aún estaba a seis meses de distancia, y sin embargo ella parecía estar bastante satisfecha con el hecho de ser mi ayudante navideña.

Cuando llegó la víspera de Navidad, ella comenzó a sentirse nostálgica mencionando arrepentimiento de saber la verdad, aparentemente su incremento de dopamina experimentado a mediados de año, cuando le di la noticia, había tenido un alto costo. Constantemente escuchaba cómo se culpaba a sí misma por ser demasiado curiosa y deseaba volver al pasado.

Su etapa melancólica se elevó cuando vio los rostros contentos de sus amigas al escribir sus cartas a Santa. Pero para ella había una nueva perspectiva. Todo había cambiado, ahora experimentaba una especie de soledad y separación imposible de remediar. Siendo ella una de las pocas niñas que sostenían dos puntos de vista duales de manera simultánea.

Por un lado, estaba su mejor amiga, emocionada por escribirle su carta a Santa, y por el otro lado, estaba mi hija sabiendo la verdad detrás de todo y guardando silencio. Dadas sus circunstancias su consciencia incrementaba, lográndose ver a ella misma en una amplia perspectiva: desde cómo había pasado de ser una niña ingenua capaz de experimentar la pureza de la luz y la alegría, hasta una visión desnuda, cruda, más sombría y objetiva, cerrando por completo su capacidad de ver más allá de lo visible.

Allí apareció milagrosamente una ventana de oportunidad, fue en el momento en que expresó lo patético que era "creer" que mi naturaleza de madre no pudo evitar brindarle un sentido más profundo a su nuevo punto de vista dualista, estrecho y aparentemente superior.

Siendo yo tan solo un canal de expresión, las palabras parecían salir espontáneamente. Así fue que le dije:


Mi amor, el hecho de que los padres sean los que traigan los regalos de navidad no significa que ya no haya nada en qué creer. Sé que vivir en este mundo excesivo en su forma nos ha llevado a perder la perspectiva; nos hemos quedado atrapados en la superficie de esta celebración, en las listas de tareas pendientes, en el árbol de Navidad perfecto, las obligaciones sociales y comprar regalos, descartando por completo el profundo significado que existe detrás de todo esto, porque la esencia navideña se trata de aquello que no se puede ver.

Déjame explicarte más: La Navidad es el momento idóneo para encontrar descanso en los brazos de nuestras relaciones cercanas y profundas. Nuestra energía busca inconscientemente un lugar de calidez y cercanía para posteriormente liberar todo lo que no se dio en nuestro camino. Después de una profunda reflexión, llega el momento de frenar y podar todo aquello que ya no sirve.

En el pasado, la Navidad era una temporada que comenzaba con hermosos rituales como la puesta del árbol, que servía como emblema de unión. A lo largo de la temporada, algunos encuentros significativos con seres queridos habían tomado lugar. Para cuando se acercaba la Nochebuena, los corazones de todos estaban llenos de abundancia, listos para sentir la magia de la Navidad.

Cuando uno puede encontrar descanso en apegos profundos y nutritivos, la magia comienza. Nuestra naturaleza humana es de solidaridad, pero sólo los corazones completamente descansados, tiernos y drenados pueden sentirla y actuar en consecuencia.

Se dice que la Navidad es mágica porque es. Sin embargo se requiere de una habilidad específica... Sólo aquellos que pueden creer o ver más allá de lo aparente llegan a darse cuenta de que lo único real en la vida es el amor. Un estado espontáneo que se siente, que no se comanda y requiere de un proceso natural. Nuestros antepasados ​​intuitivamente diseñaron esta celebración para encaminarnos en el proceso y lograr experimentar este estado.

La Navidad se convierte entonces en una época para sentir amor, la energía más poderosa del universo, es entonces que ocurren milagros inexplicables más allá de nuestro entendimiento humano.

No se trata de un blanco o negro, de si Santa existe o no existe. Se trata de algo más allá de eso, algo que, si se siente, puede evocar una sensación de saciedad duradera que va mucho más allá de Santa Claus tratando de saciar el vacío insisdioso con mil regalos. Él tan sólo es como la puesta del árbol, un símbolo que representa nuestra divinidad humana.

Y fue entonces que nuestra conversación llegó a su fin. Ella escuchó atenta. Pronto pude reconocer cómo estaba abriendo la puerta a una perspectiva más profunda, tal vez aún lejos de su comprensión. Sin embargo, sé que logré plantar una semilla que germinará en el futuro.

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