En este artículo compartiré una experiencia de mi verano en donde tuve la oportunidad de accesar a mi niña interior y proveerle palabras desde mi Yo mas auténtico y elevado, aquel que con el tiempo ha ido desarrollando la sabiduría y la fortaleza para transitar cada experiencia de vida.
El verano es un momento perfecto para descansar de los estrictos planes de estudios y de la influencia externa, logrando así fomentar la expresión de lo interno.
Cuando termina el verano, todos nos encontramos siendo diferentes. Es esa época del año en que logramos experimentar el tiempo sin límites, liberándonos del estrés, resultando en más conversaciones, juegos y risas.
De cierta forma, también logro nutrir a mi niña interior, que a menudo pierde la imaginación y la creatividad cuando está absorta en un horario estricto basado en la rutina con largas horas de trabajo.
Me encanta la frase de C.S. Lewis que dice "Algún día tendrás la edad suficiente para empezar a leer cuentos de hadas". Tratando de transmitir que es natural en el proceso de la evolución humana volver a relacionarnos con todo aquello que no se ve pero qué si se siente, me refiero a nuestra interacción con la energía en toda forma de vida.
Ser madre es una oportunidad para volver a vivir la infancia, pero desde una nueva etapa de dominio que implica una relación más profunda con el alma.
Este verano con motivo de celebrar mi cumpleanos, en vez de hacer lo típico que un adulto hace en su cumpleaños, yo decidí llevar a mi "niña interior" al parque acuático en compañía de mis tres hijos. Algo en mí necesitaba experimentar la adrenalina producida por las caídas libres, así como la sensación de estar fuera de control. Ahí estaba yo sumamente emocionada de regresar. La última vez que me habría permitido experimentar algo así, había sido durante mi infancia en un campamento de verano.
Cuando entramos al parque mi niña interior sin previo aviso, comenzó a dominar, la ilusion era demasiado intensa. Por fin había trascendido mis creencias limitantes, aquellas que creían que la diversión era solo para los niños, y que por muchos años me detuvieron a alimentar a mi niña interior, ahí estaba yo, lista para salir a jugar y sentir aquellas sensaciones liberadoras y llenas de adrenalina. Mientras aún procesaba este espectro de emociones, tres niños reales me buscaban para recibir contención y palabras para su propio movimiento interior, llenos de sentimientos ambivalentes de deseo y miedo que naturalmente provienen de ver un parque tan imponente como este.
Mi hija menor estaba más callada que de costumbre, haciendo fila y esperando que llegara nuestro turno. Cuando finalmente llegamos al principio de la fila, comenzó a gritar que no quería ir. Me dijo que se había guardado sus sentimientos porque me notaba demasiado entusiasmada. Fue ahí que me pregunte a mí misma con qué frecuencia ocultaba sus emociones buscando complacerme a mí. No puedo mentir al mencionar que me sentí decepcionada en ese momento, sin embargo, mi espacio interior fue aún lo suficientemente profundo como para lograr sostener esa sensación de frustración en mi cuerpo, permaneciendo en mi postura alfa y cumpliendo las necesidades de mi hija.
Lo siguiente que sucedió fue ver a mi hija mayor resbalándose y cayendo sobre su espalda, aunque no fue nada grave. Su reacción al dolor fue llorar y gritar diciendo que ya quería irse, la caída fue el detonador perfecto para expresar aquellas emociones intensas que ella estaba experimentando. Fue entonces cuando mi niña interior se activó y comenzó a manifestarse. De mi boca salieron palabras inconscientes diciéndole: todos nos caemos y aunque duele, nos sobamos, nos levantamos y seguimos adelante. ¡¡Avancemos!!
Cuanto yo más insistía, ella mas se resistía. Mi hijo, el de en medio, aquel que parece verlo todo cuando yo no, me decía: “Mamá, démosle algo de tiempo y sentémonos en los bancos”. Pero cuando mi niña interior me posee, la parte de mí que es receptiva al mundo externo deja de serlo.
Fue necesario un grito de mi hija mayor para despertarme de la posesión de mi niña interior. Finalmente nos sentamos. Permanecí en silencio, cuestionándome cómo pude volverme tan insensible en cuestión de segundos.
De repente, la voz sabia y contundente de mi Yo-superior entró suavemente, brindando palabras tranquilizadoras dirigidas hacia mi activada niña interior, quien entró en un estado de profunda impotencia, en el momento en que las cosas dejaron de ser como ella esperaba. Volviéndome ciega al mundo externo y limitando el poder de satisfacer la necesidad de mi hija, al sentir dolor por su caída.
Mientras abrazaba, procesaba y miraba estas múltiples perspectivas en mi interior; la de mi niña interior en escasez y la de mi Yo-superior, lágrimas sanadoras brotaron de mis ojos. Ya no era una niña, ya no necesitaba apresurarme para satisfacer mis necesidades, la sensación de escasez que me controló por minutos y durante mi infancia ya no pertenecían a la realidad.
Ahora me encontraba en compañía de mi Yo-adulto al volante de mi vida, vibrando en abundancia, entendiendo que hay tiempo suficiente para las necesidades de todos, incluidas las mías, la de mis dos hijas y mi hijo.
Decidí darle un tiempo para que nuestros sentimientos se calmaran, luego me acerqué a mi hija y le dije que había actuado como una niña pequeña. Le expliqué cómo de momento, la intensidad de mis emociones nublaron mi receptividad al mundo externo incluida ella, inhabilitándome a poderla ver. Finalmente elogié su fortaleza y la animé a permanecer fiel a sus sentires y a defenderlos, incluso cuando el mundo externo le pida lo contrario.
Pareció entenderme a la perfección, respondiendo: Mamá, está bien. He experimentado lo mismo cuando me emociono demasiado, y eso tiende a meterme en problemas.
Finalmente continuamos divirtiéndonos, pero esta vez de una manera muy distinta, pues pude experimentar el parque temático desde el lugar que corresponde a mi presente, en abundancia, muy diferente a como experimentaba el placer en mi infancia.
Adriana Soberon P. ©️ Copyright. Todos los Derechos Reservados.
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