🍂 Mientras observaba la inspiradora y colorida escena de las hojas cayendo de los árboles, no pude evitar pensar en cómo anhelaba replicar ese mismo fluir en la expresión de mi Ser. Fue conmovedor ver cómo los árboles revelan y expresan su vitalidad.
🌳✨ Primero, comunican a través de una sutil transformación de color en sus hojas, pasando del amarillo al naranja 🍂 y finalmente asentándose en un elocuente rojo 🍃, simbolizando la máxima inflamación de energía 💥, esa misma energía que busca expresarse momentos antes de cerrar su ciclo y dejar caer sus hojas.
Es en el otoño cuando mi atención se dirige hacia la naturalidad con la que los árboles sueltan sus hojas, haciéndolo de manera fluida y artística 🎨 para los espectadores, sin experimentar resistencia 🌬️, sincronizándose en una danza perfecta con el viento.
El proceso es dinámico; no es brusco, nadie controla a nadie. Cada árbol tiene su propio ritmo 🌱: algunos dejan caer sus hojas en cuestión de días, otros tardan más. ⏳
🌲 Eventualmente, cada árbol, sin resistirse al estado de su Ser, se encuentra sin hojas, limpio, desnudo y vulnerable, en una unión cálida, cercana y profunda con la gran madre tierra 🌍, permaneciendo descubierto durante un tiempo o una etapa determinada.
🌿 Lo que hace que los árboles puedan fluir en una danza sincronizada con la madre tierra es que NO tienen una mente que los lleve a resistirse a estar en ese digno estado en el que se encuentran; el árbol simplemente ES. 🌱 Permanece conectado al suelo, en una unión diferenciada, y recibe los nutrientes necesarios para encontrar el descanso profundo y reparador que necesita. 😌🌾
Paradójicamente, al fluir con lo que ES, obtiene las condiciones adecuadas para renacer 🌸 y volver a vibrar en abundancia. Así, forma parte de una transmutación constante a lo largo del tiempo ⏳. Sus caer de hojas representan tan solo un resultado más de su expresión y de su alineación con la Fuerza de Vida. ✨
Regreso ahora la atención a nosotros, los seres humanos, quienes hemos quedado atrapados en nuestra mente y sus trampas, con una mirada reduccionista que solo ve un lado de un extremo, incapaces de fluir en sintonía con algo más grande que nosotros mismos. Atrapados en una ilusión que nos mantiene anclados en el pasado, detenidos en nuestra evolución.
Al no aceptar esta ilusión como lo que es —un sueño de la humanidad—, quedamos atrapados en una búsqueda insaciable, convirtiéndonos en una escultura rígida, inmóvil, que paradojicamente se rompe fácilmente.
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